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    sábado, 22 de mayo de 2010

    Envuelve Casablanca toda una época sin importar “que el tiempo pase”

    POR SOFÍA ÁNGELES

    Era el año de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial cuando se estrenó “Casablanca”, filme norteamericano y eminentemente hollywoodense, dirigido por Michael Curtiz, protagonizado por el emblemático Humprey Bogart, la hermosa Ingrid Bergman y el polémico Paul Henreid, historia que muchos años después seguiría recordándonos este irremplazable clásico del cine al ritmo del jazz con un: “You must remember this, a kiss still a kiss…”y una patriótica Marsellesa.


    Casablanca que basó su guión en la obra teatral “Everybody comes to Rick’s” de Murray Burnett y Joan Alison, envolvió a los cinéfilos de ayer y hoy en un drama romántico y de alianzas engañosas, que tiene su vórtice en el singular triángulo amoroso de Rick Blaine, Ilsa Lund y Victor Laszlo; el cual tiene lugar al regreso de éstos dos últimos a Casablanca, territorio libre de Marruecos que entonces, en época de batalla, estaba controlado por Vichy, Francia y en el cual convivían soldados alemanes y refugiados italianos, franceses y norteamericanos.

    Filme cargado de un contexto de guerra poderosamente simbólico, nos relató el verdadero trasfondo de este relato de amor y desamor: la realidad convexa de un mundo sumido en la tristeza y tensión de la segunda Gran guerra y que buscaba historias que además enaltecieran el nacionalismo y la resistencia, (además del narcisista heroísmo gringo) haciendo suspirar y creer en un mejor mañana, para finalmente, algún buen día, partir de regreso al hogar.

    Además de esta época y motivos controversiales, el argumento de Casablanca consiste básicamente en otra intensa batalla sin armas, pero sin duda la más difícil: Una constante dubitación entre el deseo personal y el “deber hacer”. Sin duda a través de los distintos personajes, el filme muestra variedad de valores y antivalores humanos, envueltos en sentimientos extrapolados y expuestos con una delicadeza y singularidad que sólo el cine de los 40’s podía lograr: la avaricia, la hombría y la feminidad, la lealtad, bondad, el amor, el deber, el nacionalismo, la impunidad, la mentira, la renuncia a la propia felicidad, la tristeza y los amores contrariados.

    Aunado a una narrativa con gancho especial, la fotografía y los efectos cumplieron un especial objetivo en este clásico, por lo cual observamos encuadres con un especial atención en el entorno, elementos del estilo de Curtiz, además de incluir brumas inciertas y claroscuros del cine negro y expresionista para resaltar las emociones como la soledad, además de trucos de luces para hacer ver en el inolvidable rostro de Bergman, una mirada siempre melancólica.

    Por otra parte, hay que mencionar aunque ya haya sido dicho -ya que la reiteración en ocasiones hace la regla-, que la condimentada variedad y matices de la actuación muestra la interesante mezcla de géneros que contuvo Casablanca, con un Bogart que años después Woody Allen querría asemejar en Sueños de un Seductor (1972), una Bergman que se dividiría entre arquetipo de mala mujer y la mártir que sacrificó su amor por la lealtad, o un Capitán Louis Renault que representaría Claude Rains, añadiendo a su personaje un toque de realidad siendo el actor un capitán londinense que sirvió en la Primer Gran Guerra.

    No hay que olvidar que parte importante de la magia narrativa de este filme fueron los diálogos suspicaces y curiosamente basados en las “buenas maneras” que supieron conducirnos de la risa contagiable al llanto incontrolable, de la ironía a la reflexión, convirtiendo así a frases como: “We’ll always have Paris” y “This is the beggining of a beautiful friendship” en emblemas del cine para la posteridad.

    Finalmente, pero no por restarle importancia, la música escrita por Max Steiner-quien ya era famoso por la creación musical de otro gran clásico “Lo que el viento se llevó”- encendió la chispa de la historia, y quien basó casi por completo los momentos del filme en una inolvidable “As time goes by” de Herman Hupfeld que con cada verso y nota nos trae a conciencia la visión inmediata de Casablanca, una historia de amor y de guerra, que en sus vericuetos descubre encuentros, decisiones y tristes despedidas, pero que bondadosa nos regala para la posteridad una sonrisa idiota, quizá un recuerdo remoto y un tarareo formidablemente hermoso.

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